jueves, 4 de junio de 2015

A veces.

A veces todos ganamos. 
Y eso, a veces. A veces.

Las orillas, los precipicios de quien no sabe nadar. De quien no se atreve a mojarse. Si que es verdad que podría haber llovido menos, secado antes, enfriado lento, pero mejor no. Mejor así. Mejor compara la lluvia con el aspersor del parque que os vio juntaros. Que os cambió de color de noche en verano, primavera o las estaciones que se os pongan por delante. Que quedan. Aprende a brindar. Brinda por encima de tus posibilidades, pero sobre todo, brinda por encima de las posibilidades del resto. Que rechinen sus dientes mientras bailan tus risas. Que esas orillas sean el comienzo de un mar de ganas. Las olas te empujan, no te placan. Si se empeñan en darte de cara, juega. Juega como jugabas en el parque. Como jugáis ahora en la cama. O en cualquier sitio.



Es tan jodidamente fácil entrar en ese bucle de pensamientos en los que vives de continuo en agosto. Droga mala, pero de la buena. Un rato al sol, otro a la sombra. Un rato en tus labios, otro, te toca. Qué bueno eso de sellar tratos de madrugada, que se olvidan de día y se recuerdan de resaca. Los escondites de fugitivos, las charlas a pachas. Conocernos y esquivarnos las ganas. Recordarnos, será por ganas.

Y eso, todo ganas. Todo se queda en ganas. 
A veces, tú sola me ganas.


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