viernes, 1 de mayo de 2015

Sin desastres no hay aciertos.

Volvamos a soñar con los veranos.
Valemos más de lo que pensamos.
Llena con tu cuerpo mis labios.
Recuerda las noches de frío temblando.
Las horas previas bailando.
Esperando tu roce en forma de amago.

Mantengamos las horas de sueño intactas.
Las sonrisas desencadenadas en el alma.
Disfruta de mis ganas con calma.
Al natural todo brilla, reluce, impacta.
Tu cintura algo en mí desata.


Lo maravilloso de los errores no forzados son las ganas posteriores de evitarlos. Ese "¿Por qué nos tuvimos que cruzar?". Luego aparecen furtivamente mil y una historias que nos vuelven locos por dentro y por fuera del corazón. Porque nos incomoda la idea de haber creído en algo que no podía ser. Coincidimos. Ahora tengo claro que coincidir es el preludio a conocerte. Las señales no encajaban, porque los puzzles se hacen mejor de pequeños. Y nosotros, tan jóvenes, nos dimos de bruces con el invierno. Nos dimos de morros con el tiempo y el espacio. Dos variables entre nosotros que no supimos despejar, de momento. Porque lo intentamos juntos, pero más separados. Cada noche, cada uno en su cuarto. Desarrollando los mil teoremas que sabemos, las pocas experiencias que habíamos forjado antes de conocernos. Estoy seguro que tu cama se ha llenado de papeles en sucio. La mía de noches en vela, con ojeras de ti. Te fallé y duele. No conseguimos descifrar, encajar valores. Pero repito, de momento.

Porque tras el primer error vienen las luces. Porque tras el segundo desastre bien el acierto.

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